Los arqueólogos Luis Chanlatte Baik e Yvonne Narganes Storde describieron con las siguientes palabras sus hallazgos en la isla de Vieques, en su ensayo titulado La Hueca Vieques: nuevo complejo cultural agroalfarero en la arqueología antillana (1979): “El ajuar cerámico esta compuesto por una variedad de formas bajas y altas, la mayoría de uso doméstico culinario, las cuales lucen asas acintadas. En algunos casos se presentan simples sin aditamentos funcionales, ni elementos decorativos. La ornamentación más simplista la apreciamos en unas discretas protuberancias que interrumpen la horizontalidad del borde y que son producto de la aplicación por parejas, de pequeñas bolitas de barro aplanadas. […] Entre sus vasijas más atractivas están las asimétricas-elípticas de apariencias “aladas”, con uno de sus extremos tabular y el opuesto con una asa figurativa que se proyecta sobre el borde, arrancando desde una protuberancia cupular a mitad de la panza. Ambas áreas están ricamente decoradas con diseños geométricos donde intervienen la espiral, los arcos y los trazos angulares”. Comienzo recurriendo a descripciones arqueológicas este análisis de una exhibición de piezas barro contemporáneas, sencillamente, porque aquellas líneas parecen estar ofreciendo detalles de El ojo de arcilla, la muestra más reciente de Javier Orfón. Si el medio y los temas que protagonizan la exhibición están directamente relacionados con nuestro pasado prehispánico, la abstracción viene a ser un elemento unificador que incorpora las obras de nuestras primeras culturas la cronología artística.
[spacer height=”20px”]Primero, lo evidente: los tres grupos escultóricos, visiblemente quemados en hogueras —no en horno—, incluyen representaciones figurativas de vegetales, animales y humanos, así como vasijas inspiradas en diseños saladoides, junto con piezas de motivos abstractos y composiciones amorfas. Las citas a los primeros habitantes de las Antillas son tan directas que parece que son las que se describen en el fragmento antes incluido. A este hecho también aporta la presentación en mesas de escasa altura, incluso debajo de ellas, que invitan a sentarse o ponerse de cuclillas para apreciar las composiciones y alcanzar a observar las distintas piezas. Sin embargo, a todas luces apreciamos un contraste en los estilos, conjuntos y complementos que acompañan la cerámica, que nos hacen enfrentar la realidad de que son piezas contemporáneas.
Aunque la tradición oral que hemos heredado los que habitamos actualmente en Puerto Rico nos ha hecho conservar palabras como taíno, güiro y batey, otros términos técnicos como Saladoides, Huecoide y Ostionoides constituyen un enigma para muchos. El arte de las antiguas culturas antillanas ha sido abordado, de hecho, enfrentando profundas dificultades y nuestros conocimientos sobre ellas son muy limitados. Claramente, Orfón juega con este desconocimiento general al crear piezas que incorporan elementos de nuestra era con una estética que evoca la del pasado. Sin embargo, las incongruencias son tan sutiles que pueden pasar desapercibidas: habría que saber que la pana se introdujo en la isla por los conquistadores españoles, por ejemplos, para notar una de esas incoherencias. En otros casos, la exhibición nos propone una especie de búsqueda de huevos de pascua al incorporar unos espejuelos en un tótem de tres cabezas o la vista aérea de un huracán. Y es precisamente a través de este contrapunto entre forma y contenido que se desarrolla en el corazón de la muestra.
De acuerdo al recuento histórico de José David Miranda en el libro Puerto Rico: arte e identidad (1998): “durante la conquista y colonización española la tradición alfarera taína desaparece rápidamente” (288). Miranda también explica que la cerámica artística aflora en Puerto Rico a principios de la década de 1970. Ya para esta década el arte moderno había ganado bastante terreno en la isla, por lo cual el maridaje entre el barro y la abstracción sucede con naturalidad. Posiblemente se deba a esto que las vasijas pulidas y perfectamente simétricas no son las que más abundan en manos de los artistas, sino que prefieren superficies que combinan texturas con formas variadas y que a veces incluyen otros elementos además de la arcilla. Orfón empata los extremos de la línea temporal que abarca esos casi cinco siglos de historia, desde la extinción de las prácticas alfareras de las culturas ancestrales a este esplendor de la cerámica artística, y el resultado de este encuentro es la presente exhibición.
Como primer acercamiento, El ojo de arcilla viene a ser una reivindicación de las primeras influencias artísticas de esta región, sin caer en una imitación sentimentalista de las piezas domésticas o ceremoniales halladas en las Antillas. Sin embargo, también se siente en la muestra un propósito de unificación más amplio, que trasciende el provincialismo. Después de todo, las prácticas agroalfareras no se circunscriben únicamente al Caribe, sino que son un indicativo en la evolución social en cualquier otro contexto. Así que, irónicamente, al volverse hacia sus raíces particulares, Orfón ha dado con temas universales. En este sentido, la muestra articula una razón por la cual la abstracción y la arcilla van de la mano: la de ser un lenguaje visual que no requiere de narrativa alguna y puede carecer de significado específico, materializado mediante técnicas utilizadas en muchas culturas y teniendo como base el material más común que ha existido, la tierra.
Al relacionar dos tiempos tan distantes, la experiencia siempre será dual. Una de las vasijas en la exhibición pierde cualquier propósito utilitario con tres protuberancias globulares sin más decoración que algunas incisiones y los diferentes tonos logrados mediante la combinación de distintos tipos de barro y el método de cocción. Así, lo que en un yacimiento arqueológico se tomaría como un artefacto ritual, en el contexto que propone la exhibición lo entendemos simplemente como una obra escultórica sin más pretensión utilitaria. De igual modo, una pieza que remite a una caverna de la cual sale una serpiente bicéfala implicaría una narrativa —quizás primigenia— que no conocemos, por lo que nos invita a hacer una reinterpretación desde un espacio como lo es Hidrante: el segundo piso en un complejo de apartamentos en medio de la ciudad más poblada del país (la caverna contemporánea). Cabe resaltar la elegancia formal de las piezas, mediante las cuales el artista hace alarde de su conocimiento para el modelado y otras técnicas, logrando formas fluidas y armoniosas que aprovechan la plasticidad de la arcilla.
Las esculturas abstractas que se incluyen en la muestra podrían ser piezas de exhibición en cualquier galería de escultura contemporánea. Sin embargo, los contrastes que el artista crea con otras piezas dotan a esta muestra de un discurso político y social enclavado en la procedencia del material utilizado: la tierra habitada. Y es que el artista extrajo por su propia cuenta el barro de distintos sitios de Puerto Rico, en lugar de comprar un bloque listo para trabajarlo. A esto se suma que algunos elementos pintados en las obras, así como las incisiones y las formas, aluden directamente a aquellas culturas propias del Caribe, particularmente las del archipiélago de Puerto Rico. Nuevamente se manifiesta la dualidad de la muestra, al presentarse dos discursos que coexisten: uno que busca acercar a los habitantes de la actual Borikén con sus ancestros y otro que puede ser leído ajeno a la historia específica de la isla. Orfón nos invita a sentarnos a la mesa con nuestro pasado, descubriéndonos sus destrezas y permitiéndonos admirar sus soluciones a problemas artísticos que aún nos aquejan hoy día.
[spacer height=”20px”] [spacer height=”20px”]Actualmente no existe un volumen en el que se narre la historia general del arte de Puerto Rico y las publicaciones que se acercan a este ejercicio suelen dar comienzo desde el marco de la colonización: a partir de la arquitectura colonial y las tallas de santos. No obstante, existe abundante material para investigar sobre el arte prehispánico, tanto así que algunas de nuestras culturas ancestrales se identifican únicamente mediante el tipo de cerámica que produjeron, e incluso se han dado discusiones en la comunidad arqueológica que cuestionan la existencia de “lo taíno” como una cultura, planteando otras posibles teorías. De este modo, este campo abierto está siendo continuamente revisado, sin que la historia del arte haya producido suficientes publicaciones sobre la producción artística de los primeros habitantes de esta isla. Consciente de esta realidad, Javier Orfón realiza su propia aportación con una investigación de naturaleza plástica, desarrollada a lo largo de tres años y teniendo como laboratorio el municipio del cual es oriundo, San Lorenzo, y sus áreas aledañas. Su fuente principal ha sido la tierra misma que habitamos, como lo hicieron estos aún enigmáticos antepasados. Las técnicas que ha empleado son propias de tiempos remotos y ha combinado formas y estilos modernos y contemporáneos. A través de El ojo de la arcilla, el artista nos invita a reflexionar sobre nuestro pasado y a investigar cómo está presente en nuestra actualidad.
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La exhibición El ojo de arcilla, de Javier Orfón, se presentó al público en la Galería Hidrante, entre el 10 de julio y el 28 de agosto de 2020. Más información en el sitio web de la Galería Hidrante.