Vista de la sala principal de la exhibición: Frío de noche / (con) ventanas oscuras / rosa opaco, 2020. Foto: Ramón Velasco
Cualquiera que haya nacido y se haya criado en Puerto Rico, en un quinto piso del área metropolitana, mira las manchas verdes de un paisaje montañoso con una casita de madera y reconoce la isla. El imaginario del paisaje puertorriqueño reside en el espacio rural de los poemas de Luis Llorens Torres, las canciones de Rafael Hernández y, por supuesto, los cuadros de Miguel Pou y Ramón Frade. Sin embargo, en su natal San Lorenzo, Víctor José González Ortiz comenzó a relacionarse con la realidad de aquellas “manchas verdes” desde temprana edad, por lo que el paisaje para él es algo mucho más complejo que la mirada lejana hacia un espacio idílico. Y es precisamente esa diferenciación entre los modos de disfrutar ese espacio –que adquiere matices diversos dependiendo de cómo lo experimentamos– lo que busca sintetizar Frío de noche / (con) ventanas oscuras / rosa opaco, la primera exhibición individual de este artista.
Las discusiones sobre el paisaje parten de la premisa de que se hablará del reino de lo visual, y es esta suposición lo primero que desbanca González Ortiz, al transformar el espacio de Área: Lugar de Proyectos en lo que, más que una exhibición, es una instalación. Las circunstancias en las que nos mantiene la pandemia del COVID-19 exige un número limitado de personas por espacio, lo cual González Ortiz convirtió en una oportunidad para crear una experiencia íntima entre el espectador y su obra. De este modo, la experiencia de la muestra comienza al pie de la escalera que conduce al espacio de exhibiciones. Así, Gonzáles Ortiz nos coloca frente a un tramo de escalones semi-oscuro, que conduce hacia un pasillo aún menos iluminado, desde el que se escuchan los sonidos de la noche en el campo. Al llegar a la sala, una luz tenue de color verde amarillento –que irradia desde la puerta de un cuarto conjunto– baña todo el conjunto del espacio, por ser la fuente de luz principal. En más de una ocasión habría que echar mano de la linterna del celular para apreciar los detalles de algunas de las piezas, como si la noche nos estuviera arropando en medio de una excursión en el Yunque. Todo ello, va acompañado por el constante sonido de los múcaros, grillos, coquíes y demás animales característicos de nuestro bosque, a una temperatura bastante más baja de la que acostumbran los citadinos.
En primer lugar, la experiencia sensorial nos arropa y sobrecoge, pues González Ortiz nos hace saltar al interior de esa ventana que es el marco de un cuadro, como si de una película se tratara. Sin embargo, no estamos hablando de una recreación de un bosque; no hay una sola planta viva en el espacio. De hecho, en la sala principal de Área, el artista incorpora únicamente cinco piezas visibles y otras tres casi imperceptibles, mientras que la mayor parte del espacio se encuentra vacío de objetos, aunque se siente inundado de una atmósfera evocadora. El espectador –más bien, el experimentador– se expone a unas sensaciones auditivas y táctiles mucho antes de llegar a la experiencia visual, ya que adentrarse en esa atmósfera creada es lo que pretende esa primera parte de la muestra. A esta experiencia se suman varios otros elementos: esculturas, pinturas, dibujos, un video y otros componentes que apuntan al proceso creativo, como anotaciones y libros. La modificación del espacio incluye la cancelación del baño para incorporar ese espacio a la muestra, así como el pasillo y el pequeño espacio de oficina que se ubica en la parte trasera de Área. Como efecto colateral, la transformación resulta poética, por tratarse de la última exhibición que se presentará en este lugar de proyectos. Así, queda cancelada la utilidad designada a los espacios de este lugar industrial, que sirvió de sede para la escena artística contemporánea de Puerto Rico durante quince años. Ahora son parte de un paisaje en el que se perderán, como González Ortiz nos invita a perdernos en su obra.
Las influencias del artista son muchas: filósofos como Alain Badiou, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Ortega y Gasset, y Byung-Chul Han; literatos como Luis Palés Matos y José Emilio González, y artistas como Anne Truitt, Pierre Huyghe, Bruce Nauman, Mark Manders y James Turrell. No en balde, el título de esta exploración, que es el resultado de una residencia artística de casi un año, se trata de un haiku, una construcción poética que nos adelanta la heterogeneidad de las partes que componen la muestra y que sirve como epígrafe a un libro. Cada una de las piezas que componen la exhibición / instalación responde a un proceso individual que se hilvana en el concepto del paisaje. Una pintura rosa opaco, titulada Telo / thallus / liquen, se extiende, como flotando de manera horizontal, entre dos paredes y, en apariencia, no tiene otro elemento compositivo además del color. Tendríamos que ver la ficha técnica para enterarnos de que el color es el resultado de haber teñido la tela con líquenes, unos organismos que surgen de la simbiosis entre hongos y algas, y que son indicadores de aire puro. Esta pieza se conecta con uno de los textos del tríptico Extractos que, a primera vista, parecen ser escritos arbitrarios, ya que son tres citas que no se relacionan entre sí. Sin embargo, una de las citas –dibujadas a lápiz con la nitidez de una impresora– reza lo siguiente: “The first living things to colonize a new island are bacteria and single-celled green algae”, un texto tomado del libro Atlas – Mysteries of the World (1990). El empleo de la palabra “colonizar”, el hecho de que la cita está en inglés y el bagaje que acarrea el paisaje en la pintura puertorriqueña que mencionábamos líneas atrás, le añaden una dimensión política a la muestra, lo cual se refuerza con la incorporación de pequeñas piezas de cerámica al estilo de los primeros habitantes de la isla de Borikén. Sin embargo, González Ortiz no trata asuntos político-partidistas, ni mucho menos planteamientos proselitistas. A diferencia de Ramón Frade, González no intenta salvar “lo puertorriqueño” en sus paisajes; este es un tema académico que se asume como superado: Puerto Rico es. Por lo tanto, nos sentimos en libertad de darle la espalda a las fronteras de agua para mirar al interior de la isla, donde encontramos lo que reconocíamos sin haberlo experimentado: el bosque en la montaña. De este modo, podemos reflexionar sobre nuestro imaginario colectivo en relación con nuestro país contemporáneo, mediante una incursión dentro de nuestro paisaje característico, aunque ya no necesariamente típico.
La vista desde el balcón de una casa se diferencia de un paisaje porque este último es una selección, un recorte escogido de esa vista, el cual se limita por el medio que lo representa. Una pintura no puede contener la extensión entera de esa vista. Un video, por otra parte, tiene la capacidad de representar un segmento mucho más alargado de esa vista, pero siempre dentro de los límites del aparato que lo reproduce. Este es el caso de la obra Onírico-flotante, que se compone del pietaje, en blanco y negro, filmado desde una guagua de transporte colectivo y que muestra las arboledas que se aprecian desde la autopista de Caguas a San Lorenzo. Esta obra se presenta en un viejo televisor cuya caja trasera, de algún modo, parece contener más de lo que podemos ver en la pantalla, como si pudiéramos doblar la vista para acomodarla en un cajón. En el balcón observamos la vista, en el cuadro el paisaje, pero si paseamos por ese lugar que podemos ver desde el balcón, no decimos que estamos en el paisaje, decimos que estamos en el bosque. El paisaje, pues, no se constituye mediante los objetos que lo componen, sino a partir del punto de vista desde el que observamos. A partir de esa subjetividad, González Ortiz deconstruye el paisaje para analizar sus componentes y para permitirnos aproximarnos a sus partes por separado, eliminando elementos para que podamos notar algo que quizás no veríamos. Una pieza se enfoca en el carácter horizontal del paisaje, otra agranda un brote que normalmente sería un pequeño componente imperceptible. En este sentido se configura la decisión de iluminar el espacio de ese modo tan peculiar y de mantener el elemento auditivo durante toda la experiencia.
Quizás, la pieza más apegada al género tradicional del paisaje en la exhibición / instalación es el dibujo de un árbol de mangó, titulado Peinados monumentales, el cual funciona como una síntesis de la experiencia entera de la muestra. Tratándose de un paisaje vertical, a bolígrafo azul, sobre una serie de papeles pegados, unos encima de otros, que le dan el aspecto de un periódico, nos hace creer que podemos tomar el dibujo y pasar las páginas, algo que no es posible porque se presenta tras el cristal de un marco. De esta manera, el artista alude a que hay otros elementos que ver al indagar más allá de la primera imagen. La técnica, a base de líneas cortas, que González Ortiz ha desarrollado durante los últimos años, nos obliga a ver el dibujo desde cierta distancia, redundando sobre cómo podemos apreciar un paisaje únicamente desde lejos. Y es que las hojas del árbol son puras siluetas que se forman a partir de la oscuridad que las circunda. Si pegamos el ojo a la pieza solo podremos ver líneas y espacios en blanco, justo como sucede al adentrarnos en esa vista de la que hablábamos antes; si te acercas no ves nada.
[spacer height=”20px”] [spacer height=”20px”]La exhibición Frío de noche / (con) ventanas oscuras / rosa opaco, de Víctor José González Ortiz, está abierta hasta el 19 de diciembre de 2020, por cita previa, en Área: Lugar de Proyectos. Para más información sobre cómo reservar su espacio, visite la cuenta de Instagram: @victorjosegonzalezortiz