Ensayista, poeta, profesor de la Universidad de Puerto Rico en el Recinto de Río Piedras por más de cuarenta años, y a su retiro, Profesor Emeritus de dicha Universidad, Luis de Arrigoitia dirigió el Departamento de Estudios Hispánicos, el Seminario Federico de Onís y la Escuela Graduada de dicho Departamento. También fue el primer Director de la prestigiosa Revista de Estudios Hispánicos. Tiene a su haber los siguientes libros: Cuarzo (poemario de 1961), Lecturas puertoriqueñas: poesía (con Margot Arce y Laura Gallego, 1968), Habla y lengua puertorriqueña. Antología. Manual de práctica gramatical (con Ernesto Camilli y Laura Gallego, 1974) y Pensamiento y forma en la prosa de Gabriela Mistral (1989). Además, es autor de varios prólogos y artículos de crítica literaria en revistas y periódicos europeos, hispanoamericanos y puertorriqueños. Especialista en Miguel Hernández y Gabriela Mistral, cuyos cursos monográficos creó, Arrigoitia enseñó literatura española, hispanoamericana y puertorriqueña. Colaboró durante muchos años con la insigne investigadora Margot Arce pasándole sus manuscritos a maquinilla. Y en sus cursos de investigación y tesis, inauguró en la Escuela Graduada las tesis de bibliografías. También fue defensor acérrimo del importante centro de investigación que es el Seminario de Estudios Hispánicos.
«No fue mi profesor, fue mi Maestro», ha dicho recientemente en las redes sociales de Internet, refiriéndose a Arrigoitia, mi colega y amigo Efraín Barradas, distinguido estudioso de la literatura puertorriqueña. Abrazo sus palabras, insertando en ellas un matiz diferencial importante: Arrigoitia fue mi profesor. Y ahora quiero dar un testimonio del legado que me dejó. Porque los legados más importantes de la vida nada tienen que ver con el dinero. Tengo el ejemplo de un amigo que me dejó de legado a Miguel Hernández, Antonio Machado, la poesía española de posguerra y el cine como séptimo arte, ¡casi nada! Y a otro, esta vez un profesor de altos vuelos, que se nos fue hace poco, Mariano Feliciano Fabre, y cuyo mayor legado para mí, tras sus lecciones magistrales sobre Lorca y Horacio Quiroga, fue lo que los franceses llaman el savoir vivre. ¡Una fortuna en ambos casos! Pues así sucedió con Arrigoitia, que fue un Maestro excepcional. Su legado para mí fue Benito Pérez Galdós. Nada menos que el más grande novelista español después de Cervantes. Yo había conocido de soslayo a Galdós en la escuela secundaria, con una maestra que detestaba la literatura y por supuesto, aburría a sus alumnos. Digo de soslayo, pues no me enseñó nada. Quien me llevó de su mano a disfrutar, entender y amar a Galdós, fue Luis de Arrigoitia. Fue un profesor ejemplar: erudito y siempre al día, clarísimo como comunicador, divertido, y sobre todo, apasionado. En la docencia – y me atrevo a decir en la vida también – esta fusión de estructura y pasión colinda con la magia, y tiene resultados inolvidables.
Desde que terminé en 1966 mi tesis de Maestría bajo la dirección de Luis – Madrid en «Fortunata y Jacinta» – Galdós siempre me ha acompañado. Porque un viejo amor, ni se olvida ni se deja, aunque pronto don Benito se confrontó con rivales poderosos: Guaman Poma de Ayala, el Inca Garcilaso de la Vega, Palés, Miguel Hernández, Lorca y García Márquez, entre tantos otros. Pero en esos años de tesis no solo aprendí muchísimo (lo primero fue no darle a la tesis un título rimbombante, sino concreto), sino que la amistad con Luis creció, y en 1964 nos encontramos en Madrid, donde me llevó del brazo al Teatro Lara – ¡oh lujo para una estudiante! – a ver una deliciosa comedia protagonizada por la gran actriz española Amelia de La Torre, y titulada «Nunca es tarde».
Pero siempre seguí con Galdós, publicando ensayos sobre sus novelas antes y después de un libro que vio la luz en 1992: La gestación de «Fortunata y Jacinta»: Galdós y la novela como re-escritura. Más tarde dicté dos veces el curso doctoral sobre Galdós en el Departamento de Estudios Hispánicos, y en el 2020 – el año del centenario de la muerte del novelista canario – un seminario titulado «Galdós, novelista de mujeres» en la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española. Antes de dictarlo por zoom, pues ya estábamos en la pandemia, llamé a Luis. Le dije que el seminario estaba dedicado a él, porque fue el delicioso «culpable» de mis amores galdosianos. Dedicatoria que afirmé el primer día de clase, y que consta en su prontuario. Tuvimos una conversación hermosísima, en la que celebramos nuestra amistad de tantos años, amistad que dejó un legado que quisiera recordar con el verso de Netzahualcóyotl: «lluvia de flores preciosas».
Mi ensayo más reciente sobre el madrileño honorario que fue el novelista isleño («Todo se ha hecho a mi voluntad: el legado de Melibea en la Fortunata de Galdós») lo publicó nuestra Academia de la Lengua en el 2020. ¿Ves, Luis, cómo sigues presente en mi vida? Te has ido como tantos amigos y parientes, pero me niego rotundamente, cuando pienso en ellos y en tí, a decir: «Lo quise». NO: el cariño exigue el presente, el «Te quiero», que hoy te reitero. Con una gratitud enorme.
Mercedes López-Baralt
Profesora Emeritus de la Universidad de Puerto Rico
Profesora Honoraria de la Universidad de San Marcos